Las vacunas son efectivas pero no siempre.
Pensemos cuántas veces hemos oído la palabra vacuna en los últimos dos años. Pensemos ahora cuántas veces la habíamos oído, digamos, en los anteriores 20 años… Llamativo, ¿no? La COVID-19 ha traído las vacunas a nuestro día a día. Pero de lejos, las vacunas son la herramienta frente a infecciones que más vidas han salvado a lo largo de la historia, llegando a erradicar virus de la faz de la tierra como el de la viruela. Si bien, la ciencia nos enseña que, a pesar de su eficacia, a veces, no funcionan. Es decir, las vacunas son efectivas pero no siempre.
El éxito del desarrollo de las vacunas frente al coronavirus SARS-CoV-2 es un hito sin precedentes. Pero debemos tener en cuenta que nunca antes el planeta entero había puesto toda su maquinaria en marcha para conseguir un único objetivo: la vacuna frente al COVID. Pero el desarrollo de una vacuna es un proceso normalmente largo y complejo, sometido, entre otras cosas, a largos ensayos clínicos de los que ya hemos hablado. Un ejemplo de fracaso en el desarrollo de vacunas es la vacuna frente al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), causante del SIDA.
Fallo de la vacuna de Johnson & Johnson frente al VIH
La compañía Johnson & Johnson lleva tiempo desarrollando vacunas frente al virus del VIH. Y lo está haciendo, utilizando distintos tipos de vacuna, buscando la eficiencia para controlar la infección por este virus. Lamentablemente, esta semana la compañía ha publicado que una de estas vacunas, cuyo desarrollo estaba muy avanzado, no consigue prevenir la infección. De nuevo, un nuevo fallo frente a este virus.
Esta vacuna estaba basada en un vector viral, es decir, un virus distinto del VIH que se genera “vacío”. Y se genera vacío para introducir en su interior el ADN del VIH. Así, este virus transporta el material genético del virus frente al que nos queremos proteger, en este caso, el VIH. Cuando el virus “transportador” entrara en las células del individuo vacunado, se esperaba que el ADN del VIH hiciera que aparecieran sus proteínas, frente a las cuales el sistema inmunológico reaccionaría. De este modo, cuando se encontraran de nuevo con el virus VIH real, las células inmunes podrían reconocerlo, atacarlo y frenar la infección. Este es el mismo sistema utilizado en las vacunas frente al COVID-19 de Jahnssen y Astrazeneca. Pero en esta ocasión, no ha funcionado.
¡¡¡Aunque era segura!!!
Efectivamente. Como alguna otra vez hemos comentado, en un ensayo clínico, lo primero que se valora es que la vacuna que se está probando sea segura. Es decir, que el bien (la vacuna), no sea peor que la enfermedad (la infección). Por ello, esta vacuna había llegado a la fase III de ensayo clínico. En esta fase, se prueba si realmente es eficaz. Y aquí, ha caído. ¿Por qué?
La respuesta es: no lo sabemos. Además del fracaso que supone no lograr generar la vacuna, cuando su desarrollo no llega a buen puerto, nos encontramos con este problema añadido. Las compañías que las desarrollan no tienen la necesidad ni obligación de contar por qué se para el desarrollo. Al haber llegado a la fase III del ensayo, sabemos que no ha sido eficaz, a pesar de ser segura (fase I y II). Pero no sabemos por qué ha fallado. ¿No se expresaba correctamente la proteína del VIH? ¿No se generaban anticuerpos frente a esta vacuna? ¿Se generaban anticuerpos, pero duraban poco en el organismo? Son razones posibles, pero que, de momento, son sólo suposiciones.
Lo que si muestra este fallo, de los que siempre tenemos que aprender, es que el VIH es realmente “especial”. Por decirlo de alguna forma amable. La ciencia lleva más de treinta años intentando encontrar una vacuna para su prevención, y una y otra vez hemos fallado. Una razón posible es que los componentes de este virus son “silenciosos” para el sistema inmunológico. Es decir, no son reconocidos como “extraños”, y por eso, no se les ataca. De modo que las vacunas son efectivas pero no siempre.
Lograr entender el por qué es ahora el siguiente paso. La ciencia, siempre buscando…
Autor: CArlos del Fresno, @arlosdel