Hay pacientes que nunca se olvidan. Así comienza la carta que me ha llevado a escribir este texto. Los años 80 vieron una primera ola de infecciones por VIH. Seguro que muchos de vosotros podéis recordar grandes nombres que cayeron en esa época víctimas de esta infección. Entonces, no existían terapias efectivas. Ahora sí disponemos de terapias antirretrovirales. Pero hay que ser conscientes de la necesidad de detectar la infección, de visibilizarla, de ponerle nombre, y con ello, tratamiento. Si no seguimos haciéndolo así, veremos una segunda ola de VIH. Esto es lo que describe el doctor Chris Beyrer en una carta publicada en la prestigiosa revista clínica The Lancet.
Segunda ola de infecciones por VIH después de los años 80
Hoy me permito una licencia, que cambia la forma en la que suelo hacer estos textos. Voy a transcribir el primer párrafo de su carta. Os dejo su cara adjunta, y os animo a leerla con calma. Os recomiendo que elijáis un momento tranquilo para ello. Es desgarradora. Pero necesitamos estos testimonios para visualizar la importancia de aplicar ciencia a nuestras vidas. Porque es la forma de salvar vidas. Porque es la forma de evitar una segunda ola de VIH. Este es la traducción del primer párrafo de la carta. Os animo a su lectura desde el link adjunto.

Hay pacientes que nunca se olvidan
“Yendo hacia atrás (On going backwards)”
“Hay pacientes que nunca se olvidan. Algunos porque conectaste de forma inusualmente profunda con ellos como personas o con sus historias; otros porque quizás te hayas visto a ti mismo o a un ser querido en su lugar, en esa camilla, con ese dolor. Durante una rotación pediátrica como estudiante de medicina en el Hospital del Condado de Kings en East Flatbush, Nueva York, EE. UU., durante la década de 1980, formé parte del equipo que atendió a un niño pequeño que sucumbía lentamente al SIDA. Huérfano, como tantos otros en aquellos terribles años, su historial clínico decía “Bebé M”. Este niño nunca había estado bien y su desarrollo se retrasó constantemente.
Estaba perdiendo hitos importantes. Primero, la capacidad de sentarse, luego de levantar la cabecita, de comer sólidos y, finalmente, de respirar. Tuve la inolvidable tarea de intentar extraer sangre de sus extremidades debilitadas; apenas podía emitir un sonido, pero seguía gritando visiblemente. Recuerdo meses después, en otra rotación en el mismo hospital, enterarme de que había fallecido. Una suerte. Y luego enterarme de que su equipo médico había informado con orgullo que había sobrevivido un número récord de meses en esa sala. Quizás un avance clínico, pero solo un sufrimiento prolongado para el Bebé M.”
Fuente: The Lancet
Autor: CArlos del Fresno, @arlosdel